Y no es verdad.
Tampoco hay amor que consiga
derrotar los dolores
de la carne cansada.
Esa punzada viva que
te atraviesa el pecho,
o, pura y
simplemente, el amargo mareo
de una resaca infame
al levantarte el lunes.
De dolores mayores
también está probado
que no hay pasión alguna capaz de aniquilarlos.
Que no hay beso que
pueda, en cualquier madrugada,
anular el aullido de
una muela maldita,
ni unos labios que
venzan a un infarto y su angustia.
El amor es más débil que cualquier
aspirina.
Se nos viene y se
marcha cuando no lo queremos,
deshace corazones y
siembra de peligros
la soledad sin
nombre de todos los dolores,
y alimenta el
fracaso de los años perdidos.
Por eso, cuando
ahora mi cuerpo vive en ese
misterioso milagro
de miedo y medicinas,
declaro mi derrota y me someto inerme
sabiendo que tu cuerpo ha perdido esta noche
la dudosa esperanza de salvarme en tu nombre.
la dudosa esperanza de salvarme en tu nombre.