lunes, 29 de diciembre de 2008

Navidad

Hoy no hay versos que paren

el ruido de las armas.

No hay corazón que enjugue

la sangre de los niños.

Ni brazos que sujeten el dolor

de la mujer que maldice

la Navidad de fuego y de metralla.


Hoy todas las religiones de la tierra

han decidido, de común acuerdo,

eliminar de sus libros más sagrados

los dioses de la Paz.

Y queda como dios

único el dios de la venganza.


Hoy no hay versos de amor.

Está la muerte prendida de una estrella

Y todos los países se desean entre abrazos

felices Navidades. Caen las bombas

en la escuela y la casa.


Se ha registrado en la ONU una protesta

formal firmada por Alá, Yhavé

y otros mil cuatrocientos dioses y que ha sido

convenientemente sellada y archivada:

“A veinticinco de diciembre, cualquier año...”

lunes, 22 de diciembre de 2008

Años

Me dicen los amigos que estoy joven. Que aparento
menos años de los que uno soporta en las espaldas.
Incluso las amigas de mis hijos me aseguran que parezco
–y lo dicen muy en serio- tener tres años menos.

Algunos, en el colmo del halago, me palmean
la espalda y me comentan: “Pareces el hermano de tus hijos”.
Me estiro y me acaricio la cabeza, disimulo
la tonsura que adorna, inevitable, mi hirsuta coronilla.

En momentos así, tengo que confesarlo, me miro de reojo
en los escaparates y me digo que es verdad. No pasa el tiempo.
Sin ir más lejos. En el metro hoy mismo una muchacha
terriblemente hermosa me ha mirado y sonreído.

Le he devuelto la mirada. Y ella muy lentamente se levanta,
se dirige hacia mí. Y me cede el asiento mientras dice:
“Siéntese, por favor”. Se me han venido
cuarenta años encima de repente.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Las 65 horas

El Parlamento europeo ha tumbado el proyecto de ampliar la jornada laboral a las 65 horas semanales. Esperemos que se un derrumbe definitivo de una propuesta que ni los Gobiernos ni los ministros de Trabajo de la Unión deberían haber hecho nunca. Pero que no sólo la formularon, sino que la llevaron hasta el mismísimo Parlamento.

La jornada de cuarenta horas ha sido una conquista obrera que ha costado sangre, sudor y lágrimas -y nunca mejor dicho- y las conquistas nunca deben de tener marcha atrás. Pero lo curioso de todo esto son las razones que han esgrimido y esgrimen los defensores de ampliar la jornada a las 65 horas.

Dicen que es una forma de ser competitivos. Que en Europa perdemos competitividad con otros países emergentes que ofrecen productos muchos más baratos en su producción. Nos ha jodido. Casi siempre que se habla de competitividad se pone este ejemplo. Se oculta, sin embargo, que ese abaratamiento de la producción se produce en países con condiciones de trabajo cercanas a la esclavitud, sin derechos sindicales, con salarios de miseria.

El problema está en que los países europeos no se preocupan lo más mínimo por denunciar las condiciones de trabajo de China, India, Ceylan, países latinoamericanos, del Magreb... Prefieren llevarse allí la producción y ser cómplices de unas condiciones de vida y trabajo que repugnan a cualquier ser humano.

Dicen los defensores de ampliar la jornada que, al fin y al cabo, lo que permite esta propuesta es que sean los trabajadores los que pacten con sus empresarios las horas de trabajo. Ocultan que la igualdad de la negociación sólo se produce cuando, precisamente, las fuerzas que negocian están igualadas. Y es difícil creer que existe equilibrio negociador entre un empresario y sus trabajadores cuando sobra mano de obra, cuando la crisis sume en la desesperación a miles de familias.

Esas llamadas a la competitividad, ese camino abierto a la ruptura de la jornada, justificaría todo: el trabajo por un pedazo de pan, el trabajo infantil, la discriminación, la esclavitud. La desesperación y la necesidad llevaría a aceptar cualquier condición con tal de contar con lo imprescindible para sobrevivir. Por no hablar de las repercusiones que en la salud tiene una jornada excesiva y que empiezan a constatarse en trabajadores con jornadas prolongadas.

Lo más preocupante es que hayan sido países europeos -algunos, en teoría, con una larga experiencia democrática- quienes hayan hecho esta propuesta. Y lo mejor que, por una vez, el Parlamento europeo la haya rechazado por mayoría absoluta. Lástima que no sucediera lo mismo con la directiva de los emigrantes.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Vivir

Algunas mañanas me parece

que he vivido mil años y ninguno

me ha servido de mucho. Nunca he sido

caballero o rufián muy destacado.


Ni he vivido la más mínima aventura

que pudiera llamar la más hermosa

y que cambiara el mundo o que me diera

esos quince minutos de la gloria.


Si repaso mis días y mis noches

no encuentro un gran triunfo, una derrota

para dejar escrita en los papeles.


Mi vida se resume, bien mirado,

en alguna palabra, y, sobre todo,

en haberme encontrado con tu cuerpo.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Músicos

Estuve ayer con dos amigos míos. Músicos los dos. Uno de ellos ha sido durante muchos años músico de orquesta de verano. Esas que van por los pueblos, en las fiestas. Tocando por cuatro perras. Mi amigo, Paco Aguayo, magnífico bajista, persona entrañable, culto y bueno se ha recorrido media España, pasando calor y frío, durmiendo en hostales sin estrellas y sin luna, haciendo cientos de kilómetros, tocando horas y horas por un magro salario. No siempre bien tratado por el público, nunca reconocido en su trabajo que siempre ha desempeñado honesta y gozosamente.

Nos contaba Aguayo mil anécdotas dolorosas y, sin perder la sonrisa, hablaba de las durísimas condiciones en que ha desarrollado su arte. De noches enteras tocando desde las 12 de la noche hasta las diez de la mañana, según lel capricho del concejal o alcalde de turno que se creían con derecho a maltratar a unas personas que trabajaban para que otros se divirtieran.

Los músicos como él, esos cientos y cientos de músicos que se ganan el pan haciendo felices a los demás no tienen una Sociedad General de Autores (SGAE) ni una Asociación de Interpretas y Ejecutantes (AIE), no tienen a nadie que vele por sus derechos, que les defiendan ante los abusos de sus ¿empresarios?

La SGAE, la AIE, que deberían defenderles, gastan miles de millones en campañas contra la piratería, reparten dinero entre los ya consagrados, mandan detectives para que vigilen los derechos de sus socios... pero no se gastan un euro en defender a un sector numeroso y necesitado.

Vaya por delante que creo en los derechos de autor. Con normalidad. Sin exageraciones. Y creo que un artista tiene todo el derecho a que se respete y reciba la compensación justa por su trabajo. lo mismo que un taxista tiene derecho a que se le abone la carrera del taxi, y un albañil, un abogado, un médico ha de cobrar por su labor. Pero, ¿no hay un poquito de solidaridad con estos obreros de la música? Seguramente la SGAE o la AIE o cualquier otra asociación musical no tenga en sus funciones la defensa de los músicos y, sin embargo, creo que estas grandes agrupaciones, que, cada año, se embolsan millones de euros, que gestionan fondos fabulosos, deberían mostrar una mayor preocupación por unos hombres y mujeres que han hecho de la música su oficio.

De sus conciertos cobra la SGAE. Ellos difunden la música, muchas veces en ejecuciones impecables, pero nada se llevan de ello. Ni siquiera el reconocimiento de un trabajo y un horario digno.

Se me podrá decir que lo lógico sería crear un sindicato de músicos. Y no sé si existe. Pero sospecho que un sector que anda disperso, debe tener serias dificultades para agruparse. Y sinceramente, creo que la SGAE debería reflexionar si su función social no está también en amparar y defender a aquellos que llevan la maravilla de la música a los rincones más apartados.

No sé. A lo mejor peco de ingenuo. Pero ayer, cuando Paco Aguayo me contó que había dejado el oficio que tanto ama, convencido de la falta de futuro, harto de arbitrariedades e injusticias, pensé que, al menos, le debía estas líneas. Un abrazo, Paco.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Dia en Córdoba

Estuve ayer en Córdoba. Mis amigos Pepe Villegas y Joaquín Pérez Azaústre presentaron mi libro Al Oeste hay Apaches. Hicieron una presentación generosa y cariñosa. No sé cómo darles las gracias. A ellos y a todos los amigos que se reunieron conmigo para escuchar versos y tomar unas cañas en El Correo y en el Bar de las Niñas, El Mestizo de nombre real.

Fue una tarde magnífica. Volver a Córdoba, donde he vivido tantos años y tan intensamente, es siempre maravilloso. Ayer, además, tenía para mí un significado muy especial. Me sentí querido, me sentí feliz. A estas alturas de la película son estas cosas las que te convierten la vida en un regalo. El cariño con que lo habían preparado todo, la generosidad de Vimcorsa que nos dejó la sala, el vino que llevó Bolaños, Bolain, para los amigos, el esfuerzo que todos realizaron, la buena disposición de la Librería Luque que llevó los libros y que venderá el poemario en Córdoba, los compañeros de los medios de comunicación...

En fin, que fue un hermoso día. Un día como sólo puede darse en mi Córdoba. Llovía en la ciudad y la nostalgia de sus calles, me llenó de nuevo. Ese deseo de volver siempre a Córdoba, a sus gentes, a sus plazuelas es algo difícil de explicar. Pero es tan real como un beso, como el abrazo que, a veces, no hace falta ni dar. Pero que está ahí. Cálido y fuerte.

lunes, 8 de diciembre de 2008

A mi nieto

Canción para Manuel

Vendrá el futuro a verte cualquiera de estos días.
Y tendrás en las manos lo que nunca tuvimos:
la esperanza de un mundo con los mares azules,
sin fieros huracanes o desbordados ríos

No habrá hombres que mueran sin panes ni milagros
Y en la pared de enfrente leerás que hay escrito
un saludo de paz, un buenos días, un pájaro
con las alas abiertas para volar sin tino.

Las guerras y las hambres van a quedar proscritas.
declarará el gobierno que queda prohibido,
por ejemplo, decir la palabra extranjero,
frontera, territorio, pasaporte o enemigo.

Y será obligatorio escribir poesías,
y la palabra amor, como si fuera vino,
tendremos que beberla suave y gozosamente

con cada trozo de pan partido y compartido.

Vendrá el presente a verte con hambre de futuro,
ese futuro incierto que algún día intuimos
y que tú harás cercano, más humano y abierto,
más real, más igual, y más justo y más limpio.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Malas noticias.

El 27 de junio pasado escribí en este blog:

"La foto viene en El País de hoy. Dos ancianos miran a cámara con cara de susto. No están acostumbrados a estas cosas. Él pasa un brazo protector sobre el hombro de la mujer. Y ella tiene las manos cogidas en su regazo. Detrás se ve una casita. Tal vez no sea una foto de premio y, sin embargo, despierta una inmensa ternura y recoge, sin duda, un aire de desolación.

La noticia nos cuenta que un alto tribunal les ha hecho abandonar su casa, en la huerta murciana. la casa ha sido expropiada para hacer una carretera que permita el acceso a los nuevos bloques de viviendas que arrasan las huertas. Ellos no quieren irse. Ellos no saben vivir en un piso y, con lo que les han dado, no pueden comprar una casita como la que ahora tienen.

Cuentan que él, en una ocasión, única ocasión, subió en un ascensor en una de sus visitas al hospital. Y no supo salir. veía como se abrían y cerraban las puertas y no se atrevía a dar un paso. Hasta que alguien le dijo como salir de aquella trampa. Por eso no quiere un piso. Quiere la casa donde ha vivido largos años.

Un primer juez les autorizó a continuar en su casa por el daño que sobre su salud podía causarles la expulsión (ambos tienen más de 80 años). Fue lo que se llama una sentencia llena de humanidad, tan extraña en la Justicia. Tal vez por eso, cuando el ayuntamiento recurrió a otra instancia superior, los dos ancianos perdieron y ahora esperan a que les echen definitivamente.

La nueva sentencia reconoce su situación pero les expulsa. Miro la foto de los dos viejos, apoyados uno en el otro, mirando asustados al frente. Seguramente crean que ésta es su última esperanza. Que los medios de comunicación les hagan caso, saquen su imagen, desoladora, y puedan encontrar una solución a su problema.

Probablemente no volveremos a oír hablar de ellos. Esa foto se borrará con el tiempo de nuestra retina. No sé qué será de ellos. Uno prefiere imaginarlos así, callados y mudos, sólo con la fuerza de su mirada, con la incomprensión pintada en sus ojos. Uno prefiere pensar que, a lo mejor, esta vez se ha encontrado una solución, que, a lo mejor los viejecitos pueden sentarse tranquilos en una nueva casa. Una casa sin ascensores que les secuestren".


Alguno de vosotros me pidió entonces que os tuviera informados si llegaban noticias de ellos. Han llegado. Hace unos días leí, de nuevo en El País, que la anciana había muerto, justo cuatro meses después de que les expulsaran de su casa. Se llamaba Violante y tenía 84 años. Los familiares lo habían advertido: ""No podrá vivir mucho fuera de la huerta, no soportará vivir en un piso". Fueron expulsados y al día siguiente, la piqueta derribó su casita.

Cuenta El País: "Desde entonces ella decía que no quería vivir así. Después de toda la vida en la huerta un piso no era bueno para ella y los médicos lo habían advertido", explica su familia. Hace un mes ingresó por primera vez en el hospital y el 10 de noviembre un parte médico alerto del deterioro que sufría la mujer por el desalojo. Anoche falleció en el hospital. Su familia quiere que se conozca el caso: "Hay muchos huertanos que abandonan su casa porque los expropian y se mueren de pena. Que se sepa que esto ocurre".


No sé qué escribir. Ya no se puede escribir nada. En la televisión veo de nuevo al anciano, arropado por sus familiares, ausente, triste, como si no supiera exactamente qué está pasando. Su tristeza, su desamparo me llega al alma. En su cara puede verse el dolor y la pena que, seguramente, mató a su mujer. Pero, ¿quién causó esa pena? ¿Quién la mato? Nadie. Porque nadie se sentirá responsable. No puedo escribir más.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Una broma

Heroína Doña Esperanza Aguirre

baraka tiene, o al menos eso dicen.

Se libra de disparos y de bombas

en Bombay y a todos nos asombra

y nos alegra que haya salido ilesa.

Pero esa imagen tan rara de princesa

exiliada en calcetines y zapatos

y su pelo sin laca es un espanto.

¿No hubo quien la dijera que la suya

no es la imagen de repatriada sin ayudas?

¿O es que con tal de salir como heroína

vale, incluso, pasar de la peluquería?

No lo entiendo siendo ella tan fina.

En el metro

La pasión es un barco sin piloto y sin rumbo,

relámpago que rompe un instante la noche.

Y la carne de fiebre es arena en los dedos,

el latido, un suspiro para decir tu nombre.


Luego vienen los días a recorrer tu cuerpo,

y dejar en los labios el recuerdo marino

del sudor de tu vientre, la pequeña venganza

del tiempo en los cristales empañados de besos.


Y son otros los nombres. Y otras son las palabras.

Así que, ahora, en el metro, cuando el pasado vuelve

en el rostro dormido de una mujer cualquiera


tengo miedo de nuevo a sentir en el pecho

las noches más hermosas de tu piel olvidada.

Y me oculto en las hojas, cómplices, del periódico.