lunes, 30 de abril de 2007

Una más

Ayer un joven del que se ignora con qué trabajos se gana el sueldo y una ex presentadora de televisión hoy retirada tuvieron su segunda hija. Durante toda la tarde, toda la noche y toda la mañana de hoy (prácticamente), que se dice pronto hemos oído, por activa y por pasiva, el nacimiento de la niña. Tremendo.

Era un repetir y repetir continuamente lo mismo. A esa misma hora, supongo yo, habrán nacido millones de niños en el mundo que no han tenido la suerte de merecer siquiera el mínimo interés. No quiero hacer demagogia. Pero ¿tiene sentido ese despliegue mediático en un país en el que no sabemos cuántos españoles tienen otras ideas, contrarias a la Monarquía?

Es una niña que nace no con un pan debajo del brazo, sino con toda una panadería. Una niña que pasará a vivir de la contribución obligatoria de todos los españoles. El padre aparecía sonriente (normal) y explicaba quehabían decidido que el cordón umbilical se repartiera equitativamente en un banco privado y uno público (qué generosidad).

Me explico: el cordón umbilical depositado en un banco público podrá ser utilizado por el primero que necesite sus células. El banco privado garantizará que sólo el depositario podrá disponer de ellas.

No dijo el feliz padre por qué no hizo lo mismo con el cordón de su primera hija. No lo hizo porque, entonces, sólo se podía depositar en bancos privados. En España no lo podía hacer nadie, salvo algunos privilegiados que, por su situación política o económica están por encima de la ley.

Deseo lo mejor a la niña recién nacida. Y felicidad a sus padres. Y trabajo y salud para criarla. Posiblemente ellos no tengan la culpa del aquelarre mediático creado. Pero no deja de ser obsceno que a quienes no creemos en unos privilegios que la naturaleza no otorga a nadie se nos haya puesto delante de las narices un espectáculo absurdo, digno de una sociedad anclada en el pasado, antidemocrática y rancia.

Lo peor de todo fue el triste espectáculo de la buena gente que, bajo la lluvia, aguantaba lo indecible para ver pasar a personas y personajes cuya utilidad y contribución a la sociedad a mí, al menos, se me escapa.

No importa. Durante unos días los medios de comunicación encontrarán con qué llenar sus espacios en un vomitivo ejercicio de falsedad social. Dios nos salve del Rey.

domingo, 29 de abril de 2007

Sigue la novela (3)

Ahí va un poco más. Ya veremos si continuo:

(...)

-Le dispararon antes. Oí perfectamente el tiro, como un petardo, pero más seco -decía una mujer con una bolsa de El Corte Inglés en una mano y un niño de unos tres años en la otra.

-¿Le dispararon?

El policía había preguntado como si la mujer estuviera loca. Un hombre de mediana edad intervino en la conversación:

-Perdone, soy abogado, me llamo Pepe. –el guardia casi se cuadró. Se conoce que lo de abogado impone. Pepe continuó-: Yo también lo vi. Iban dos. El de la derecha fue el que disparó. Sacó la mano por la ventanilla y le disparó. Luego el otro dirigió a propósito el coche hacia él y lo atropelló.

Volví hacia el bar. Rafa se encontraba en la puerta, llamando a su periódico. Un muchacho, pálido y delgado, estaba al fondo de la barra. En el mismo sitio donde yo había estado hacia unos instantes. Sudaba copiosamente y fumaba, tembloroso, un cigarrillo. Si me fijé en él, fue, precisamente, por el nerviosismo que demostraba y por el hecho de que estuviera dentro del local, en mi sitio, mientras la gente había salido a la calle al oír el ruido. No tenía delante consumición alguna, salvo los restos de la mía. No le había visto hasta entonces. Rehuyó mi mirada y se escurrió hacia la salida.

-¿Lo conoces? -pregunté a Tomás.

-Es un pobre desgraciado. Anda metido en... -hizo un gesto muy significativo con el brazo estirado-. No sé qué hacía aquí dentro. No viene nunca. Su ambiente no es éste, precisamente.

Rafa tuvo que marcharse al periódico. Le conté lo que había oído sobre el disparo y me prometió que si averiguaba algo nuevo me lo haría saber cuando nos viéramos más tarde. Me dejó con un nuevo vermú que Tomás, presuroso, había puesto sobre la barra para, según dijo, “pasar el mal trago”. Detalles como ése son los que definen a un tabernero.
Me sentí obligado a llamar a mi periódico y pedí a Tomás que me dejara utilizar el teléfono de baquelita que colgaba de la pared. El periódico no me había dado móvil de empresa y yo no estaba dispuesto a utilizar el mío personal. Mi redactor jefe me pidió media columna.

-Sólo en el caso de que sea un asesinato –me advirtió.

-Coño, ya me contarás, si le pegan un tiro y luego lo atropellan, desde luego no creo que sea una muerte natural, aunque lo natural es que se muera.

Me contestó algo ininteligible y volvió a recordarme que tenía media columna y eso, aclaró, siempre que la crónica de Efe no fuera mejor que la mía. Volví de nuevo al bar. Era ya tarde y pregunté si había por allí cerca algún sitio donde comer. Me dijo que, justo al lado, en el J. Blanco ponían precisamente hoy, miércoles, un cocido a muy buen precio. Le di las gracias, pagué y entré en la taberna de al lado donde fui recibido como si me hubieran estado esperando toda la vida. Madrid, no cabía duda, era mi ciudad.

Comí sólo y desganado. Yo era un hombre con un miedo casi patológico a la soledad. Y, en cuanto tenía ocasión, me hacía acompañar por alguien. Un amigo mío, me decía que no entendía por qué, con tales dependencias afectivas, nunca me había casado y raramente soportaba una relación con una mujer que durase más de tres meses.

-Mira, -le decía yo-, tengo comprobado que la pasión no dura más allá de seis meses, en el
mejor de los casos. Luego, empieza la rutina, el aburrimiento. Yo prefiero acabar cuando todavía hay algo fuerte. Cuando la ruptura duele todavía. El dolor es también bonito. Tiene su belleza.

Mi amigo, en esas ocasiones, terminaba por decirme que, en el fondo, no me faltaba razón, que lo que me pasaba es que era un poeta frustrado y olvidaba hasta la próxima vez sus intenciones de emparejarme con alguna de sus amigas.Salí de comer en paz con el mundo, decidí que, por el momento, ya había echado el día y me en caminé hacia el hotel con el regusto del tocino y la morcilla luchando a muerte con mis jugos gástricos
.

sábado, 28 de abril de 2007

Exclusión electoral

Gracias a quienes me animan con la novela de la que voy poniendo partes en el blog. Continuaré con ella, si no en su totalidad, sí alguna parte que permita seguir la trama.

He salido a por el pan y los periódicos. Ojeaba El País y El Mundo y ese, me parece a mí, inútil debate sobre permitir o no la participación en las elecciones de ANV. No sé. Es difícil pronunciarse. El corazón me pide estar a favor de que cualquiera pueda presentarse. De hecho hay miles de personas que apoyan estas opciones y su prohibición no impide que existan. Es como negar lo evidente. Lo imposible.

Por otro lado, la verdad es que el pasado de algunas gentes no han impedido su presencia en otras listas electorales. Las listas del PP han sido refugio de muchos que, en el pasado, sirvieron a causas antidemocráticas. Y que conste que no quiero comparar a nadie con nadie. Pero, por ejemplo, me viene a la cabeza el nombre de Manuel Fraga. Fue ministro con Franco. Participó en el Consejo de Ministros que se dio por enterado de la muerte de Julián Grimau. Fue ministro del Interior durante los sucesos de Vitoria. Y que yo sepa, jamás ha pronunciado una sola palabra de arrepentimiento por aquellos crímenes. Incluso ha justificado la dictadura y sus asesinatos.

En buena ley tampoco se le tenía que haber permitido estar en unas listas democráticas. No quiero decir con ello que los que han apoyado el terrorismo gocen de una situación democrática que ellos no toleran. Pero, posiblemente, habría que enfrentarse a este hecho con otro talante. Todos somos iguales ante la ley.

En cualquier caso, ojalá que llegue un día en el que el debate político no tenga que estar necesariamente en si pueden o no presentarse a las elecciones un determinado grupo. Ojalá que llegue ese día en el que lo que de verdad nos preocupe sea la calidad y la oferta de las distintas opciones políticas. Digo yo.

viernes, 27 de abril de 2007

La historia continua (2)

Atendiendo algunas peticiones, allá va continuación novela. Gracias a todos:

(...)

He de decir que entre los camareros y yo siempre se ha establecido una complicidad y confianza casi instantánea. He sido, a qué negarlo, hombre de barra. Y he preferido el apoyo del mostrador y la charla con los camareros a las mesas de los rincones y los asientos mullidos. Así me ha ido, he de confesarlo. Y en muchas ocasiones pienso que la actitud de huida que a la segunda cita suelen adoptar conmigo los seres de género femenino tiene mucho que ver con esta irremediable manía mía de las amistades de taberna.

Yo me había acomodado en el rincón más recogido de la barra y, tras limpiarme los labios, me dispuse a estudiar –por interés puramente periodístico- el local. Tapizando prácticamente las paredes, había una colección de viejas fotografías, a través de las cuales, podía seguirse la historia y evolución de la ciudad. En un espejo, casi totalmente cubierto de papeles y grabados, había un poster contra la guerra y a la izquierda el maravilloso cartel de Marilyn con las faldas levantadas por el aire del metro de Nueva York. Una hermosísima fotografía de Alfonso representando a una mujer lavando en un barreño en una buhardilla compartía espacio con un retrato de Emiliano Zapata.

Más carteles y un puñado de fotocopias de antiguos grabados de Madrid completaban una decoración que, si no podía calificarse de fashion, sí daba un aire original y un punto ecléctico a la vieja taberna. Las estanterías, de obra, sostenían una variada colección de botellas de licor que, dulcemente, dormían el sueño polvoriento de los años.

Tomás y su hermano Luis tenían perfectamente dividido el trabajo. El primero servía la cerveza y el vermú, mientras Luis preguntaba, amable y gentil, a los clientes qué aperitivo deseaban, a elegir entre aceitunas, champiñones en salsa parecida a la vinagreta –los probé, naturalmente- y pinchos de anchoa con pepinillo. Pensé, como siempre que salía de Sevilla, por qué los taberneros sevillanos no copiaban de sus colegas de Madrid esa bendita costumbre de ofrecer gratuitamente el aperitivo para acompañar la bebida, siguiendo las sabias enseñanzas del Rey Alfonso X.

(...)

Aquella, pensé para mí, era un auténtica taberna, qué coño. Y pedí otro vermú acompañado de otra aceitosa y reluciente anchoa.

Llegó Rafa a los diez minutos. Era un hombre de hablar rápido y alegre, siempre con un brillo irónico bailándole en los ojos. Hablamos de los viejos tiempos. Para ser exactos, he de decir que lo de los viejos tiempos era más bien por mí. Le sacaba algunos años, aunque siempre nos consideramos de la misma quinta por haber compartido mesa en algún periódico de provincias. El dejó un día Murcia para incorporarse a la aventura de El País y yo me volví a Sevilla, donde conservaba a mis amigos de infancia.

Me puso en antecedentes de lo del convento que, dicho sea de paso, en aquellos momentos me importaba muy poco -a qué engañarnos-, y me explicó que sonaba a culebrón de verano y que estaba seguro de que el Ayuntamiento no iba a dejar que se viniera abajo, con gran decepción de La Razón que ya había iniciado una campaña contra el rojo gobierno municipal, sin corazón, capaz de sepultar bajo toneladas de escombros a unos pobres frailes por el simple delito de no tener la minucia de un papelito amarillo.

-Desengáñate, hombre. En primer lugar, se trata de un convento que está en mejor situación que muchos otros de la ciudad. Y si se derrumba, será dentro de bastantes años, lo que, dada la edad de los frailes, hará difícil en cualquier caso que les caiga encima. En segundo lugar, yo creo que el gerente de Urbanismo, terminará cediendo.

Me habló luego de cosas que para mí eran tan desconocidas como una cuenta corriente de seis dígitos: el pegou, el plan de protección especial del casco histórico y alguna otra cosa que, sinceramente, olvidé al cuarto vermú. De todas formas, me prometió que me acompañaría después hasta el Ayuntamiento y me presentaría a los chicos de Prensa que, estaba seguro, me darían cuanta información necesitara.

A mí el periodismo de investigación nunca me ha parecido serio. Quiero decir lo que en un tiempo se dio en llamar periodismo de investigación y que, en realidad, consiste más bien en clavar un informe, con los mínimos cambios, y esperar a que los interesados, al contestar, alarguen la historia. Pero el caso es que allí estaba yo, en Madrid, con el encargo de hacer periodismo de investigación y trasladar a los lectores la emocionante historia de unos hermanos condenados a un más que improbable martirio burocrático.

Fue en ese momento, mientras yo pedía la cuenta y Tomás me preguntaba cuánto habíamos consumido, cuando escuché el golpe y los gritos en la calle. Dejé a Tomás con la cuenta a medio hacer y me asomé a la puerta del bar. Sólo pude ver un coche desvencijado, blanco sucio, que se perdía calle arriba, hacia la Plaza de los Carros.

En el asfalto quedaba el cuerpo de un hombre en una postura extraña. Intuí, no sé por qué, que estaba muerto. Quiero decir que me imaginé que estaba muerto e hice todo lo posible por no mirar hacia el cadáver en torno al cual la gente se agolpaba, gritando mucho y a la vez.

Alguien debió de llamar a los sanitarios, porque al poco tiempo se presentaron un coche de policía y una ambulancia. Se limitaron a cubrir el cadáver con una de esas mantas plateadas, como de envolver chocolatinas, y, casi inmediatamente, lo subieron al vehículo y se alejaron haciendo sonar las sirenas. Nunca he sabido por qué se empeñan las ambulancias en hacer sonar toda la parafernalia y salir echando leches, cuando al cuerpo que transportan le importa ya muy poco llegar a tiempo a ningún sitio. La policía preguntó a unos y a otros y yo, tal vez por deformación profesional, me acerqué a los corrillos intentando enterarme de algo.

jueves, 26 de abril de 2007

Parte de un relato (1)

Me apetece pasar a este blog algunos trozos de la novela que ando escribiendo. Me interesa saber qué piensan los amigos de ella. Allá van algunas líneas.

La noche anterior tampoco encontré compañía. Así que aquella mañana me levanté sin prisas, utilicé sin agobios el minúsculo cuarto de baño y me preparé con los mismos restos de café de días pasados una taza de agua con un lejano aroma a moka. Fumé un cigarrillo, pensando, como siempre, en el sentido de mi vida y, cogiendo la maleta, me eché a la calle dispuesto a comerme el mundo.

En mi periódico se habían empeñado en que me fuera a Madrid e hiciera uno de esos reportajes humanos, cargado de sentimentalismo y miel, que tanto gustaban a mi director. La historia giraba en torno a unos frailes, hermanos de San Juan de Dios, sobre cuyas tonsuradas cabezas pendía la ruina de su convento si el Ayuntamiento no levantaba la suspensión de las obras iniciadas sin licencia. Sospechaba yo que lo que de verdad quería mi jefe era librarse por unos días de mi presencia, aun a costa de pagarme unas vacaciones -calurosas y no deseadas, por cierto- en la capital de las Españas.

Siempre había dicho que si eres capaz de aguantar un verano en mi pueblo, eres capaz de cualquier cosa. Estaba convencido de que al calor se hace uno. Y suponía que era imposible superar ese calor terrible, opresivo, de las siestas de agosto que de niño había soportado. Me equivoqué. Cuando llegué a Madrid en pleno mes de agosto supe que, para mi desgracia, el calor puede ser peor de lo imaginado.

Lo supe cuando, al abandonar la estación del Ave para coger un taxi, sentí como el calor me envolvía como una cosa viva. Me subía por las piernas, me entraba por el hueco de la camisa y, sobre todo, me caía a plomo sobre la cabeza cada vez -ay- más despoblada.

Era un día luminoso, lleno de esa luz terriblemente hermosa de Madrid. El cielo refulgía como una plancha de metal caliente. A lo lejos, se perfilaba lo que, entre el gris de la contaminación, parecía ser la sierra o unos rascacielos brumosos. No había ni una nube y el aire, muy escaso, rozaba caliente las árboles del paseo del Prado.

El taxi me llevó hasta un pequeño hotel, casi familiar, no muy lejos del Ayuntamiento. Una muchacha rubia, algo entrada en carnes, me sonrió y me dio la llave de la habitación.

-Si quiere, lo acompaño.

-Deje, ya me apaño yo –contesté, seguro de que en aquella oferta no había ni la más mínima intención. Subí. Abrí la ventana. Dejé la bolsa con las cuatro mudas que, tras mucho rebuscar, había reunido antes de salir de viaje y eché una mirada a la habitación.

El cuarto era pequeño. Muy pequeño, a qué vamos a engañarnos. Casi toda su superficie la ocupaba una amplia cama de matrimonio que, me temía, terminaría siendo un desperdicio, dada mi inexistente vida sexual. Y eso que, desde la puerta, con un poco de suerte, podía caer directamente sobre el colchón en el caso, muy hipotético, de que consiguiera convencer a alguien de las maravillas de mi compañía.

Deshice mi maleta. Colgué primorosamente mis tres mejores camisas de verano –eran también las únicas- en unas perchas de alambre y miré, absolutamente arrobado, el gotelé amarillo huevo de la habitación. A punto de perder el sentido, respiré hondo, abrí la puerta, salí al descansillo, cerré de un golpe seco y me lancé escaleras abajo hacia la calle.

Callejeé sin rumbo, deteniéndome arrobado ante cualquier escaparate que llamara mi atención. Es decir, ante todos. Me encontré en la Cava Baja y rebusqué entre mis recuerdos aquellas tiendas de esparto, las cacharrerías que habían despertado mi asombro cuando, de niño, venía con mi madre al médico. Sólo encontré una. Alguna extraña revolución había echado abajo a todos aquellos artesanos que, a la vista estaba, habían sido reconvertidos por obra y gracia de los cursos del INEM en honestos y sabios taberneros. En una esquina unos niños devoraban unos gigantescos sorbetes que, por un instante, trajeron un cierto alivio, si bien puramente psicológico, a mi torturado cuerpo.

Sudoroso, aunque con el ánimo dispuesto, llegué al bar Tomás, local en el que -se decía- servían el mejor vermú de la ciudad. No sé si era el mejor, pero pensé en las cervezas y bendije mentalmente al señor Mahou que tanto y tan generosamente se preocupaba por apagar la sed de los españoles.

miércoles, 25 de abril de 2007

Una definición de mi pueblo

Llueve. Una tormenta descarga sobre Madrid. Me llegan noticias transoceánicas. Correos y mensajes que salvan la mañana. Día del Libro el lunes. Noche de los libros. Está bien.

He comprado la recopilación, en barato, que han hecho de Paracuellos, las historietas en las que Carlos Giménez cuenta sus recuerdos de infancia en un colegio del Auxilio Social. Brutales y amargas. Cuesta trabajo imaginarse hoy algo así. Pero, no. No es verdad. A veces los periódicos te traen noticia de casos semejantes.

El libro de Carlos Giménez me ha llevado a algunos recuerdos de infancia. No sé por qué me viene a la memoria continuamente una foto en la que estábamos mis hermanos y yo, con cuatro o seis años. Estamos mas chulos que un ocho. Yo, creo recordar que era yo, con el brazo escayolado, en cabestrillo, con una chaquetilla que me quedaba grande. Mi hermano, a mi lado, está en actitud pícara, con un tirante que le cruza de lado a lado el pecho y unos pantalones que se adivinan de otro hermano mayor.

Tenemos aire de felices. Somos niños felices. Y es cierto, yo me recuerdo feliz. Jugando. Jugábamos mucho. Mi padre no nos dejó nunca ir a trabajar. Y ni mis hermanos ni yo tuvimos que ganarnos el pan hasta que no tuvimos una cierta edad: los 14 o 16 años. No sé cómo se apañaba el pobre con su sueldo de albañil y sus seis hijos. Pero tirábamos p'alante.

Bueno, sé cosas. Por ejemplo: mi padre, por la noche, cogía la bicicleta y se marchaba. Volvía hacia las dos o las tres. Traía en el transportín de la bici una banasta llena de uvas y de higos. Mi padre no tenía tierras, con que...

Nos decía que nos lo comiéramos en casa, que no saliéramos a la calle con el racimo de uvas o el puñado de higos porque la gen te podía preguntarse de dónde lo habíamos sacado. Eramos felices. Tuvimos muy pocos juguetes, pero mucha imaginación. Recuerdo que yo dibujaba en una madera un revolver que sacábamos de los tebeos, con su tambor, su punto de mira, todo. Y mi padre, cuidadosamente, cuando venía de trabajar, nos lo recortaba con un serrucho.

Tuvimos los mejores colts, las mejores espadas. Los demás chicos querían otras iguales, pero sus padres no tenían ni la habilidad ni la paciencia del nuestro. A mi primo que era el hijo del médico, las pistolas se las hacía también mi padre porque prefería las de madera recortada que las de plástico que entonces empezaban ya a popularizarse.

De mi tío el médico -estaba casado con una hermana de mi madre- recuerdo anécdota muy divertidas. Era un cordobés amable y simpático. De él ha quedado la mejor definición de mi pueblo. Cuando yo fui un poco mayor, y ante una ola de "lujuria" que recorrió el pueblo (es broma, pero la verdad es que había muchos líos), mi tío dijo: "Lo que ocurre es que en este pueblo sólo hay dos pasiones: joder y pescar.... Y no hay río". Era magnífico.

martes, 24 de abril de 2007

Intimidad

No tengo más interés por Isabel Pantoja que su oficio de tonadillera. Un oficio que, en mi opinión, ejerce con maestría. Isabel Pantoja, al margen de su vida personal e íntima, es una artista. Y punto.

Los periodistas también son profesionales -o deberían serlo-, al margen de su vida privada que, por cierto, raramente se pone en la picota. Anoche en la cadena pública, TVE, se dio nuevamente una imagen descarnada y cruel de lo que puede hacerse con un micrófono en la mano.

La artista cantaba en Madrid. Los periodistas la esperaban en la estación. Pero no era para preguntarle por su concierto. Le preguntaban sobre su opinión en torno a unas imágenes de su hijo entrando en un puticlub y que iban a salir en una cadena de televisión. Si ya es una intromisión en la vida privada que te graben entrando en cualquier local, me parece tremendo que pregunten a una madre por ello. ¿Qué esperaban que dijera?

Así que ocurrió lo obvio. Ni el hijo ni ella contestaron a las preguntas que, una y otra vez, les hacían los aguerridos reporteros. En una escena agobiante, los profesionales periodistas les metían el micrófono e intentaban alguna respuesta. Ellos insistían en que no tenían nada que decir. Hasta que llegó un momento en que la tonadillera apartó de un manotazo una cámara que se le echaba encima.

Se estableció entonces un rifirrafe entre la muchacha que llevaba la cámara y la cantante que insistía en que no la grabaran y la chica que decía indignada que no la golpeara. Lo peor fue oír a la presentadora del programa que aseguraba, muy seria, algo parecido a que parecía increíble que Isabel Pantoja hubiera perdido los nervios, que no quisiera contestar a los deslices de su hijo y que hubiera agredido a los periodistas.

Me parece tremendo que una televisión pública haga gala de su desprecio por la intimidad de las personas -al margen de cómo sean o se comporten- y creo injusto que se critique a una madre por no querer entrar a contestar a las sórdidas acusaciones que hacen de su hijo.

Todo el mundo es dueño de sus silencios. Isabel Pantoja, también. Y un hombre, como el hijo de la tonadillera, mayor de edad, saber y gobierno tiene perfecto derecho a ir donde le dé la gana a tomar una copa, a acostarse con una señora o a gastarse su dinero.

No vale decir que son personajes públicos porque, según ese criterio, el señor Aznar, el señor Rodríguez Zapatero o cualquier persona de la vida política o cultural también lo son. Ni tampoco -que no sé si es el caso- se puede argumentar que, en otras ocasiones, han buscado a los medios: cada uno vende de sí mismo lo que quieran comprarle y tiene perfecto derecho a no vender lo que no quiere vender.

En fin. Es un tema viejo que, no por conocido, deja de sorprenderme. Tal vez lo más oscuro de esta historia sea que se gaste dinero público en sacar lo más feo de una sociedad que, hace ya tiempo, ha hecho de la intimidad objeto de consumo.


domingo, 22 de abril de 2007

Memoria

La Ley de Memoria histórica parece que sigue para adelante. Cuando hace años escribí con mi hijo Daniel el libro "Toda España era una cárcel", tuve la suerte de hablar con muchas personas que habían pasado largos años en prisión. Fue una experiencia única.

Era gente extraordinaria, con años de sufrimiento a sus espaldas. Y la mayoría de ellos no guardaba ni un mínimo rencor por todo lo que habían pasado. Estaban convencidos de que habían hecho lo que tenían que hacer y aseguraban que volverían a hacer lo mismo. Gentes que no habían podido ir a una universidad, que apenas habían conocido a sus hijos, que a veces ni siquiera habían conocido el amor de una mujer.

Recuerdo a uno de ellos. Se llama Manolo Amor Deus. Sé que ahora esta enfermo, grave. Manolo era de CC OO. Trabajaba en los astilleros, en Vigo. Un día encontraron un panfleto en uno de los barcos que estaban construyendo. Como era un buque de la Armada, lo juzgaron en tribunal militar. Lo condenaron a siete años.

Estando en la cárcel, una vez que su mujer venía con el hijo pequeño a verle, un automóvil atropelló al pequeño y lo mató. Se enteró por sus compañeros y el comandante de la prisión no le dejó ir al entierro del hijo. Cuando llegó la amnistía, al ser condenado militar no le tocó amnistía alguna y se chupo los siete años en prisión-

Cuando salió, se encontró una tarde al comandante que le había torturado de aquella manera en la cárcel. Me contó que fue hacia él, con toda la furia estallándole en el pecho. Y, cuando estaba a su lado, lo único que vio fue a un pobre viejo que apenas si podía caminar. "Fíjate, Rodolfo", me dijo, "no le dije nada. Me aparté y le dejé pasar.

Manolo Amor está enfermo, ya digo. Y para él ya no es esta ley. Ya nada puede devolverle al hijo, además de que sólo afecta a los represaliados en la Guerra Civil. De ellos conocí a muchos. Algunos ya han muerto. Han muerto sin que nadie les reconozca todo lo que hicieron lo que sufrieron por ser fieles al Gobierno legítimamente constituido.

Llega todo tarde. Y la memoria sólo sirve para que mantengamos vivo su recuerdo, no para compensarles de nada. Hoy parece que el único temor es que pidan indemnizaciones. Pobres viejos. ¿Quién les va a compensar por los años perdidos, por las risas de los hijos que no oyeron, por aquellos primeros pasos que no vieron , por los besos de amor que nunca recibieron?

Las leyes no saben de sentimientos. Las leyes nunca tienen alma. Sirven solo para lavar conciencias. y, a veces, ni eso.

Al otro lado del mar

Inmediatamente después de escribir lo anterior, no sé por qué, tal vez por esos lugares añorados, me he acordado de Argentina, de Uruguay. Son dos países en los que he estado un par de veces.

Recuerdo con especial emoción Las callecitas de Buenos Aires. El sol del otoño argentino, las calles iluminadas, las casitas pintadas de Caminito. Los restaurantes. Los amigos de allá. Las conversaciones. El dulcísimo acento de los argentinos, la cerveza bebida en un bar, la niña que en Florida, sentadita en una silla, tocaba un acordeón.

Recuerdo la Patagonia, su inmensidad. Los largos caminos, la hierba. El refugio imposible de El Fin del Mundo. Las lecturas de los gauchos, las haciendas, la música de Larralde.

Recuerdo Montevideo, la Guitarra Negra de Zitarrosa. Mi amiga de Montevideo, el café donde charlamos con su niño. El periodista medio loco que me pidió una entrada para ver a Ismael. Los amigos de mi hijo, Néstor y los demás. El medio y medio, bebido antes de comer en el Mercado. Las viejas librerías.

Fueron días de paz. tal vez por eso lo recuerdo con especial cariño, aunque sea una mirada de paso que no me dejó entrar en sus problemas, en sus preocupaciones. Pero en noches así, me gustaría estar allá. Y levantarme temprano para recorrer sus ciudades. Y oír hablar con otro acento. Y sentarme en un café, sin hacer nada. Como si estuviera en Madrid. Como si todo el futuro fuera esperar algo, mirar como pasa la gente con su vida a cuestas.

Y sentirme uno más. Allí. Perdido.

Violencia

Sólo algún pequeño comentario sobre casualidades. El sueldo de sus señorías fue escrito antes de la aparición de Mariano Rajoy en TVE. Es curioso que el debate se haya destacado en todos los medios precisamente por la pregunta que se le hizo sobre el sueldo. Pero, en ocasiones, la vida es una ironía y, sin quererlo, habíamos ya tratado este tema. Bien está si sirve para que entre todos tomemos conciencia de estas cosas.

Mariano Rajoy no contestó a la pensionista sobre su salario. Cada uno es muy dueño de mantener en secreto sus percepciones y su situación económica. Lo que no entiendo es por qué se niega a decirlo. ¿Tiene miedo a que lo consideren escandaloso? ¿Un toque de pudor ante los 300 euros de la señora que le preguntó?

Sea como fuere, me parece absurdo que haya iniciado él mismo una polémica que tampoco tiene demasiado sentido. El que se dedica a la cosa pública sabe que tiene el techo de cristal y tiene, en consecuencia, su vida a la vista. Pero allá él.

Leo que los americanos están levantando un muro en Bagdad para separar a unos irakíes de otros. Tendrá cinco kilómetros y trata de impedir que los coches bombas circulen libremente. Nuevos getos en un mundo sufriente.

La pax americana será al final la paz de la exclusión, la de los muros y las fronteras. El daño hecho a Irak es ya irreparable. El daño hecho al mundo, al ser humano, tiene todavía muchas posibilidades de aumentar y crecer.

Temo que dentro de poco no encontremos ese rincón capaz de darnos refugio. No hallaremos donde escondernos. La violencia corre más que un caballo desbocado. Entra en los campus de Estados Unidos, en la Nasa, en la Estación Príncipe Pío y dentro de los hogares.

¿Dónde huir entonces? Siempre quedará un a canción, tal vez. Un libro de poemas. La sonrisa de alguien. Es mejor pensarlo.

viernes, 20 de abril de 2007

Los sueldos de sus señorías

Para completar la información del otro día, paso a dejaros la página del Congreso (www.congreso.es) donde se establecen las percepciones de los diputados. Sin comentarios.

II. Retribuciones
1. Todas las percepciones incluidas en este apartado están sometidas al régimen general de retención y tributación fiscales
2. Asignación constitucional idéntica para todos los Diputados: 3.020,79 € mes.
3. Complementos mensuales por razón del cargo:
a) Presidente.
- Complemento miembro de Mesa: 3.483,46 €
- Gastos de representación: 3.782,76 €
- Gastos libre disposición: 3.101,53 €
b) Vicepresidentes.
- Complemento miembro de Mesa: 1.328,06 €
- Gastos de representación: 1.109,84 €
- Gastos libre disposición: 776,35 €
24/01/07
2
c) Secretarios.
- Complemento miembro de Mesa: 1.036,99 €
- Gastos de representación: 898,62 €
- Gastos libre disposición: 743,69 €
d) Portavoces.
- Gastos de representación: 1.911,71 €
- Gastos libre disposición: 1.017,03 €
e) Portavoces adjuntos.
- Gastos de representación: 1.529,38 €
- Gastos libre disposición: 711,16 €
f) Presidentes de Comisión.
- Gastos de representación: 1.536,56 €
g) Vicepresidentes de Comisión.
- Gastos de representación: 1.123,43 €
h) Secretario de Comisión.
- Gastos de representación: 748,96 €
i) Portavoz de Comisión.
- Gastos de representación: 1.123,43 €
j) Portavoz adjunto de Comisión.
- Gastos de representación: 748,96 €
III. Indemnizaciones y ayudas
1. Además de las percepciones individuales correspondientes a la asignación constitucional, los Diputados tienen derecho a “las ayudas, franquicias e indemnizaciones por gastos que sean indispensables para el cumplimiento de su función” (8.2 RCD).
2. Entre los conceptos incluidos en dicho precepto pueden destacarse los siguientes:
A) Indemnización
Con este concepto, que tiene una cuantía mensual de 1.762,18 € para los Diputados de circunscripciones distintas a Madrid y de 841,12 € para los electos por Madrid, los parlamentarios deben de afrontar los gastos de alojamiento y manutención en la capital que origine la actividad de la Cámara. Es una cantidad dedicada, pues, a cubrir gastos y por ello exenta de tributación de acuerdo con lo previsto en el art. 16.2 b) de la Ley 40/1998 de 9 de diciembre.

B) Transporte
1. El Congreso de los Diputados cubre los gastos de transporte en medio público (avión, tren, automóvil o barco) de los Diputados.
Se trata de un reembolso de gasto, es decir, no se facilita una cantidad al parlamentario, sino que se le abona directamente el billete a la empresa transportista. Excepción hecha, claro está, del
uso del propio automóvil, en cuyo caso y previa justificación, se abona 0,25 € por kilómetro.
2. A partir del mes de mayo de 2006 la Cámara facilita a cada Diputado que no dispone de vehículo oficial una tarjeta personalizada que permite abonar el servicio de taxi en la ciudad
de Madrid. La disponibilidad de dicha tarjeta tiene un límite mensual de 250 €.
C) Dietas
A partir del 1 de enero de 2006, la cuantía de las dietas devengadas por los desplazamientos que los Diputados realizan en misión oficial se cifran en 150 € por día en el supuesto de desplazamientos al extranjero, y 120 € diarios en el de viajes dentro del territorio nacional.

Para hacer un cálculo exacto hay que ir sumando las distintas percepciones. Por cierto es raro el diputado pelao. Hasta se les paga el taxi. Su dignidad les impide ir en metro.
Y sobre pensiones
dice:

Tendrán derecho a obtener la pensión parlamentaria los ex-parlamentarios que hayan tenido la condición de Diputados o de Senadores durante al menos siete años.

Ejercicio: comparar con el sueldo de cada uno.

De fotos y premios

La foto, la verdad, era impactante. Salió en El País del jueves pasado. En la imagen se veía a Eduardo Zaplana (portavoz del PP) con Diego López Garrido (portavoz del PSOE), ambos riendo a carcajadas en actitud de complicidad. A mi lado, un hombre tomaba su vinito en la barra. Miró la foto con tristeza, tal vez. Tal vez con desconcierto. Dijo: "Ya ve, usted, hacen que los demás nos matemos con sus peleas, nos ponen de mala hostia con sus broncas... y ellos... ahí los tiene, tan divertidos. Son todos iguales".

A lo mejor no son todos iguales. Pero es cierto que cuesta entender esas risas, esa complicidad, cuando nos han traspasado la crispación, los malos modos, los insultos. No sé. Tampoco supe que decirle a aquel hombre.

Vivimos en un mundo raro. Una revista, que siempre se destacó por su lucha por las libertades, concede sus premios anuales. El premio de Cultura se lo da a Alaska, famosa intelectual que, sin duda, ha aportado a la canción las poesía más bellas y sentida ("bailando, me paso el día bailando...", por ejemplo).

Hay que confesar que en ocasiones quisiera uno quedarse bajo las mantas y no levantarse en todo el día. Son esos días grises en los que estás convencido de que el autobús llegará tarde, el metro tendrá avería y habrá una chica masticando chicle junto a tu oreja y haciendo pompas.

Luego resulta que no es tan así. Resulta que encuentras a una muchacha que lee a Machado. Resulta que te asomas a la ventana y ves subir por las paredes de la calle la sombra de un sol luminoso y limpio.
Resulta que a Tomás le han salido las anchoas mejor que nunca. Y uno mira al cielo y parece que el azul es más intenso.

Fotos y premios, entonces, importan un poco menos.

jueves, 19 de abril de 2007

Elecciones y pensiones

Nos ofrecen de todo: pisos a precios asequibles, hospitales, calles peatonales, bibliotecas públicas, transportes... Sólo les falta ofrecernos sexo. Los candidatos a las próximas elecciones andan despendolados en estos días. Es una orgía de promesas imposibles la mayoría de ellas. Deben de serlo, porque de ser ciertas, de ser factibles, uno tendrá que preguntarse por qué no nos lo han dado antes.

No sé. A lo mejor es que uno ya es mayor y termina por creer según qué cosas y con muchos reparos. Tampoco sé el dinero que se gastan en la campaña los grandes -y los pequeños- partidos. Pero seguro que debe ser mucho. Se trata de crear un producto, de venderlo y ganar. Hacen lo que nunca hicieron y lo que no volverán a hacer. Besan niños, visitan escuelas y hospitales, visitan barrios, exposiciones, te dan la mano con una sonrisa, no se niegan a ninguna pregunta. Son maravillosos.

Podrían haberlo hecho mucho antes. En estos cuatro años, previos a nuevas elecciones, no he visto candidatos prometiendo nada, ni besando niños, ni visitando los bares, ni saludando a la gente con cariño y atención. Sí les he visto con aspecto bronco, denunciando, gritando al adversario, haciendo que nos avergoncemos de ellos. Y que se salve el que pueda.

Me preocupan estos sentimientos hacia los políticos. Pero no puedo evitarlos. He leído que los parlamentarios, con el consenso de todos los partidos, van a estudiar sus retribuciones. Traducido al lenguaje de la calle, eso quiere decir que se van a subir el sueldo. Lo llaman dignificar su trabajo.

No sé con exactitud el sueldo de un diputado medio. Pero, según confesó un parlamentario hace poco, cobraba en torno a los 4.000 euros netos (más de 660.000 de las antiguas pesetas) al mes. Lo confesó porque tampoco le parecía que era para tanto. Joder, que se lo pregunten a los chavales que no llegan a los 1.000 euros. Luego, tienen sus gabelas: viajes gratis, por ejemplo. Y un horario y un calendario que no mata a nadie.

Yo no sé por qué la dignidad de un trabajo hay que buscarla en el sueldo. Pero de ser así, habría que dignificar de la misma forma el trabajo de un albañil, o el de un camarero, o el de un periodista. El problema es que son ellos mismos los que hacen la ley. Y hacen leyes que sólo a ellos les benefician.

A cualquier trabajador se le exigen (por leyes que han hecho estos padres de la patria) 35 años de cotización para cobrar la pensión completa, a los 65 años. Un Parlamentario con haber cotizado en dos legislaturas, cobrará la pensión máxima cuando le llegue la jubilación, aunque no haya cotizado ni un sólo día más. Está claro que el kilo de dignidad tiene distintos precios según seas parlamentario o simple ciudadano. Joaquín Almunia, parlamentario europeo del PSOE, decía no hace mucho que había que rebajar las pensiones porque si no, se corría el riesgo de entrar en quiebra. Y lo decía él, que tendrá una pensión increíble como eurodiputado.

Lo peor de todo es que somos nosotros, los que llenamos las arcas de la Seguridad Social. Llevo 42 años cotizando a la Seguridad Social (soy afortunado) y si me quisiera jubilar ahora, perdería el 28% de la pensión. Qué cosas. Que falta de dignidad la mía.

miércoles, 18 de abril de 2007

Julián Pombo

He hablado de él en alguna ocasión. Y lo incluí en una novela como personaje. Julián Pombo tenía el aire agitanado, el pelo en rizos en el cogote, la barba dura y semicanosa y la voz aguardentosa, teñida siempre de un punto de risa. No era muy alto. la verdad es que era más bien bajito y, ya en su senectud, tirando a redondo.

Julián Pombo, según dicen los taberneros, era un buen cliente, un magnífico cliente. Y no porque gastase demasiado, sino porque tenía esa natural gracia de quienes han sobrevivido obligados por la necesidad, burlando la miseria. Respetaba la ley de la taberna. Sabía estar y sabía beber.

Yo sé que me quería. Y yo le quise. Me contaba que él había sido un auténtico conquistador. Y parece que lo fue, porque sus amigos de El Rastro, donde tenía un "encierre" (un localillo donde almacenaba las cosas más variopintas), decían que Julián Pombo había sido un fenómeno, sabio en mujeres y en cantes.

"Rodolfo", me decía, "yo es que era demasiado guapo pa hombre". Y se perdía en recuerdos. Me hablaba de Camarón, al que conoció cuando el cantaor buscaba en Madrid una oportunidad. Y de ese Madrid zaragatero y hambriento de los años de posguerra, de los tablaos y las tabernas, de los vinos y del cante.

Nació en el Madrid de El Rastro. Y tenía su peculiar versión de la decadencia de este espacio. Me decía: "Mira, esto funcionaba cuando era auténtico. Nosotros éramos todos traperos. Luego, nos hicimos todos anticuarios y ahí empezó el desastre.

Le gustaba Ismael Serrano. Y fue a alguno de sus conciertos. Cuando se lo encontraba por los bares de La Latina, siempre le decía: " ¿Que hay, figura?" Y le contaba anécdota de su juventud que, algún día, contaré en estas páginas. Algunas, atroces, otras muy divertidas.

Julián Pombo murió un buen día. Sus amigos brindamos por él en una de sus tabernas. Y le recordamos a menudo. Recordamos sus cantes, con la voz rota, y su aire agitanado. Su risa franca. Su socarronería cuando alguien le decía: "Tú no tienes derecho a cobrar pensión. Tú no has cotizado nunca". Y él, muy serio, respondía: "Eh, quieto ahí. Que yo he cotizado en bares, tabernas y similares".

martes, 17 de abril de 2007

Cantautores

Pusieron música a mis angustias, a mis preocupaciones, a mis esperanzas y aspiraciones. Decían lo que yo quería decir y no sabía como. Y en aquella noche oscura del franquismo, en el amanecer brumoso de la Santa Transición, hicieron más soportable la lucha y la espera. Y nos enseñaron que no estábamos sólos. Que había gente por ahí que hacía lo que podía para que las cosas cambiaran.

Fueron los cantautores de mi generación. Tienen, ahora, prácticamente, mi edad. Y han envejecido -muchos de ellos- con elegancia, con dignidad. Otros, no. Otros han evolucionado hacia otras posiciones que no puedo compartir. No daré sus nombres. Merecen por lo que fueron la piedad del olvido.

Pero a otros sí quiero nombrar. Quiero nombrar a gente como Pablo Guerrero, por ejemplo. El hombre que tanta lluvia pidió para limpiar una España sucia y gris. Veo a Pablo, de vez en cuando, a menudo. En estos meses de atrás, con cierta frecuencia. Hemos compartido bromas y recuerdos, comidas y vinos y las anchoas de Tomás.

Es Pablo de las personas más limpias, más generosas. Yo, una vez, me lo llevé de mesones para rememorar o mejor conmemorar los 25 años de "Pepe Rodríguez, el de la barba en flor". Hice un reportaje en El País, que andará por ahí y que yo he perdido. Creo que era un reportaje bonito y cariñoso. Esa noche lo pasamos muy bien el fotógrafo, Pablo y yo. Jugamos a buscar a las guiris, a regalarles postales de Aranjuez con amor, y a hablar en un inglés que ninguno sabíamos pronunciar.

Ahora, Ismael Serrano -qué decir yo de él- ha reunido a los cantautores de ayer y a los de hoy y le han hecho un disco de homenaje que es una joya. Algo tan delicado y bello que, probablemente, será devorado por tanto lobo oportunista. No importa.

A mí me alegra que Ismael Serrano haya tenido esta idea. Me alegra porque es joven y ha rendido un homenaje que a nadie se le había ocurrido antes a un hombre de mi edad y de mi cultura. Me alegra porque es de justicia reivindicar a Pablo. Y me alegra por otras cosas que no voy a contar aquí. En este homenaje me siento, yo también, homenajeado. Estoy seguro que mucha gente de mis años se ha sentido traspasado por este disco y ha sentido que está hecho para nosotros. Que en este disco se está reconociendo la lucha de mucha gente anónima y sencilla. Que no fueron héroes, pero que hacían lo que podían.

A mí me parece la hostia. Qué queréis que os diga.

sábado, 14 de abril de 2007

República

Por cierto. Hoy es 14 de abril. Un día como hoy se proclamó la República española, destrozada por la Guerra Civil. Es absurdo que en este siglo tengamos todavía un sistema antidemocrático como forma de Gobierno. Sé que nuestra monarquía se califica de democrática. Pero sé, también, que es difícil compaginar la idea de democracia con la de monarquía. Democracia (gobierno del pueblo) casa mal con un jefe de gobierno cuyo único mérito es el de ser descendiente de una dinastía que ha sometido al pueblo y, en demasiadas ocasiones, los ha masacrado y tiranizado.

Nuestros actuales reyes que, a nivel personal, pueden ser honesto y honrados ciudadanos, no tienen otros méritos que venir de un sistema medieval y retrógrado. El peso económico de la monarquía es cada vez mayor. Y mienten quienes dicen que un sistema presidencial republicano sería igual de costoso. De momento, el Estado no mantendría a la familia del presidente de la República, ni tendría que soportar el gasto de una familia que va creciendo en negocios e influencia económica.

No estaría demás que se nos permitiera dar nuestra opinión en referendum para determinar si los españoles, de verdad, queremos seguir manteniendo la parafernalia y las prebendas de la monarquía. En el siglo XXI es difícil defender un sistema que ya no tiene sentido alguno y que corresponde a una forma de entender la humanidad que va contra toda razón. Lo decía Antonio Machado: "Nadie es más que nadie".

Manolo Conde

Al hablar de los amigos de la tertulia mensual, me han venido a la memoria otros viejos amigos ya fallecidos. Creo que nadie muere del todo mientras haya alguien que los recuerde. Por eso, me gustaría dejar en estas líneas un recuerdo a quienes durante años me regalaron su amistad.

Una de las personas que más me ha marcado y al que recuerdo a menudo es Manolo Conde, persona de difícil clasificación. Ayer hablaba de él con otros amigos que también le conocieron y nos reímos recordando muchas de sus anécdotas. Decíamos que, posiblemente, van quedando muy pocos personajes que tengan ese aura que envolvía a gente como Manolo o como Julián Pombo o Ambrosio.

Manolo Conde fue poeta, crítico de arte, profesor y, sobre todo, bohemio. Fue fundador del Grupo El Paso, uno de los colectivos más importantes de la pintura española. Pero fue bohemio, por encima de todo. Le recordábamos con su cartera llena de folios en los que escribía sus versos, sus peteneras, a veces, incluso, en alguna servilleta de bar.

Fue profesor mío cuando yo estudié dibujo publicitario. Tenía yo entonces 17 o 18 años. Manolo nos daba las clases en los bares cercanos a la puerta del Sol. Nos hacía bajar a sus alumnos al anciano Rey de los Vinos en la calle de la Paz, y allí, en una mesa, con unos chatos de vino nos hablaba de Picasso, de Goya, de Dalí... Nos hablaba de la vida, de poesía, del mundo.

Un día me llevó a una manifestación antifranquista. Vimos los dos cómo la policía cargaba y detenía a jóvenes universitarios y él me decía: "Tú no te muevas de mi lado y tranquilo". Lo cierto es que nadie se acercó a nosotros, tal vez por su aire de profesor y su cartera y la pinta de persona despistada y pacífica que aparentaba.

Luego, los dos nos dirigimos hacia la clase -eran clases nocturnas-, mientras él cantaba a voz en grito "A las barricadas". Cuando llegamos a la academia, le notificaron que estaba despedido. Los responsables del centro se habían enterado de su forma de dar las clases y consideraron que no era el método más adecuado. Él ni se inmuto. Bajó del despacho de dirección y nos comunicó, brevemente, que se marchaba porque él no podía soportar ninguna dictadura. Se dirigió a la pizarra y escribió con grandes letras: "¡Viva la libertad!".

Nos fuimos con él y esa noche recorrimos mesones y tabernas, bebiendo vino y escribiendo ý recitando poesías por los bares. Fue la primera de muchas noches mágicas. Manolo venía todas las noches a buscarnos y seguía enseñándonos el verdadero arte en torno a unos vasos de vino.

Fueron, sin duda los mejores años de nuestra vida. Alguna vez he contado que una de esas noches nos llevó ante la estatua ecuestre que hay frente al Palacio Real. Nos dijo que aquel caballo, airosamente levantado sobre sus patas traseras, estaba hueco en la mitad. Y nos dijo que los pajarillos entraban por la boca del caballo y, atrapados, morían en su estómago metálico. "Fijaos", comentaba, "es un cementerio de pájaros. Es horrible". Me impresionó aquella historia. Sé que, después, mandaron tapar la boca del caballo.

De Manolo Conde hay mil anécdotas que, tal vez, algún día cuente. Historias divertidas y esperpénticas que recuerdo, que recordamos quienes le conocimos, con nostalgia y ternura.

Manolo murió un día. Hace ya muchos años. Mis hijos, que eran niños, le conocieron en alguna de esas noches, cuando contaba historias fantásticas de Madrid, como la de aquel caballero que acudió a una cita con una mujer, a un viejo caserón del Madrid de los Austrias. El caballero, tras pasar una noche de amor abandonó la casa. Cuando estaba en la calle notó que había dejado en ella su espada y volvió a recogerla. Entró en el caserón y se dio cuenta que no parecía el mismo. Parecía deshabitado desde hacía muchos años, lleno de polvo y telarañas. Subió hasta la habitación donde había estado con la mujer y encontró allí su espada y en la cama el esqueleto de una mujer vestido con viejos ropajes. supo después que, efectivamente, allí había vivido una hermosísima dama que había muerto hacía años.

Manolo Conde murió sin que nadie le reconociera todo lo que había hecho por la cultura. Pero nosotros, sus amigos, estamos empeñados en mantener vivo su recuerdo.

viernes, 13 de abril de 2007

Gente

Detrás de cada hombre, de cada mujer, de cada uno, hay una historia, siempre asombrosa, tragicómica a veces, a veces heroica, a veces sencilla o grandiosa. Cada hombre, cada mujer, tiene un historia personal, una historia grande como cada uno.

Tuvimos ayer el cocido de la tertulia que, una vez, al mes nos reune a un puñado de gente variopinta, de diversa procedencia y oficio. El cocido es una excusa para hablar, para sentir el cálido aliento de la amistad. A alguien se le ocurrió que, como había gente nueva, lo mejor sería que cada uno se presentara a sí mismo, hiciera una pequeña biografía de su vida.

Así lo hicimos en al sobremesa. Fue extraordinario. Conocía a casi todos, pero no en profundidad y lo cierto es que aquello, sin quererlo se convirtió, en una especie de club de la comedia, divertidísimo. Vi que la gente tiene una enorme facilidad de ironizar sobre su propia vida, de reírse de sus desastres vitales.

Contaré algunos ejemplos: Uno de los amigos se presentó para decirnos que siempre había trabajado en El Rastro y, muy serio, aseguró, entre otras cosas: "He hecho de todo. Durante muchos años vendí pajaritos, jilgueros, ruiseñores y muchos cañamones. Luego di un salto y, ya dispuesto a triunfar, dejé aquello y me puse a vender hojas de afeitar. Al final terminé trabajado en una imprenta, de tipógrafo".

Otro, dijo: "Soy soltero. Eso sí: viví un tiempo con una mujer y me dejó quedándose con el piso. Bueno el piso la verdad es que era de ella, pero se quedó con él. Luego viví con otras dos, consecutivamente, claro. También éstas me echaron a la calle y se quedaron con el piso, que era suyo, naturalmente".

Y, ya para terminar, otro contó: "Mi mujer siempre se empeña en que se morirá antes y que yo me liaré con una chica negra. La verdad es que no sé por qué ese empeño en que sea negra, aunque a mí no me disgusta. Y no sé de donde le viene la seguridad de que ella morirá antes". Uno de los presentes le interrumpió: "Te advierto que la mía siempre me dice: "El día que se muera uno de los dos, cojo la televisión y me voy a una casa más pequeña".

Cuando voy por la calle, en el metro o el autobús, siempre me he parado a pensar qué vida tendrá la persona que se sienta a mi lado, la joven que se cruza conmigo, el viejecillo sentado en el parque. Y sé que, detrás de cada uno, hay una historia maravillosa que deberíamos conocer. Una historia de la grandeza del ser humano.


jueves, 12 de abril de 2007

Cosmopoética

De mi paso por Córdoba recuerdo con especial emoción Cosmopoética, el encuentro mundial de la poesía. Modestamente contribuí a llevar a la ciudad un evento que es, hoy, uno de los más importantes de la literatura. Luego, el trabajo y la imaginación de otra gente, ampliaron la idea y la convirtieron en todo un espectáculo de poesía y música. La poesía en la calle, la música en la calle.

No voy a detenerme a relacionar qué poetas y artistas van en esta ocasión, a partir del próximo día 18, a Córdoba. Cualquiera que tenga curiosidad puede verlo en internet, a través de la web del ayuntamiento. Pero sí quiero referirme a uno de los cantantes poetas que acudirán en esta ocasión, a las noches musicales. Se trata de Joan Baptista Humet. Lo conocí hace ya muchos años, en un disco maravilloso, Fulls, y después he ido siguiendo su música como he podido. Tuvo gran éxito, sólo basta recordar la canción Clara, y un día, de repente desapareció.

Nunca se dijo por qué. Corrieron leyendas sobre su marcha, hasta, otra vez, también de repente, reapareció con un disco de título muy significativo: "Solo bajé a comprar tabaco", o "Sólo fui a comprar tabaco". Me alegré muchísimo y volvía disfrutar de su poesía y de su música. nunca he hablado con él, pero me parece una de esas personas de sensibilidad exquisita, buen gusto y una voz maravillosa.

La industria del disco es extraña y el público no somos ni justos ni fieles. No sé el éxito que ha tenido con su vuelta. Es difícil saberlo porque las radios sólo dan música pegadiza y de consumo y no suelen dedicar demasiado tiempo ni espacio a este tipo de artistas. En cualquier caso, es una gran noticia que hoy Córdoba recupere a Humet.

Por lo demás, Cosmopoética teñirá de poesía las calles de una ciudad encantada. En este mundo en el que la noticia es la muerte y la desesperación, que la poesía reuna a cientos de personas en torno a la palabra es alentador y maravilloso. Probablemente si Bush hubiera leído alguna vez un poema, su actitud hacia el mundo sería otra. Claro que Aznar decía que leía poesía y mira tú. A lo mejor es que la leía sólo en la intimidad. Y la poesía hay que compartirla.

martes, 10 de abril de 2007

Murió un amigo

No es difícil imaginarse el sufrimiento de los familiares que siguen el juicio del 11-M. Alguna vez he intentado ponerme en su lugar. No he podido. Me es imposible pensar que un familiar mío -hijos, mujer, sobrinos- pudiera haber muerto en aquel terrible 11 de marzo. Y por eso, no puedo saber qué dolor les llena todavía el alma. ¿Cómo estaría yo en su caso?

Ayer murió un vecino de mi edad con el que tenía una muy buena relación. Personaje entrañable, sonriente siempre, que te paraba cuando volvías de por el pan y los periódicos y echaba contigo largas parrafadas. Me preguntaba por cada uno de mis hijos y sonreía, sonreía siempre.

Ha muerto en apenas veinte días. De una extraña enfermedad que no tiene tratamiento alguno. Ante la muerte no es que te quedes impotente, es que te das cuenta de lo efímero que es todo, de lo absurdo de los afanes que nos mueven en el día a día. Se llamaba Ricardo y quiero recordarle en estas líneas.

No seguimos ya tanto el juicio del 11-M. El tiempo termina por destruir hasta los recuerdos, no digamos el interés. Me da la sensación de que el dolor ha quedado oculto tras el aparato mediático. No importa el sufrimiento de los padres, de los hermanos, de los esposos de las víctimas. Importa más, me parece, la conspiración, los avatares políticos, la guerra de medios.

Pienso en los familiares de los asesinados el 11-M y trato de imaginarme cómo vivirán ahora el olvido, cómo sentirán que las vidas perdidas han quedado relegadas, ocultas entre los miles de folios del sumario. Sus nombres son nombres como el titadin, la nitroglicerina o el ácido bórico.

Pero el dolor es dolor real. Y la muerte está ahí, en cada interrogatorio, en cada mentira, en cada palabra. La vida, siempre, es sólo un prólogo. No sé quién lo dijo.

lunes, 9 de abril de 2007

Famosos y dudas

Leo que artistas y famosos empiezan a ir por la parroquia de Entrevías para apoyar la actitud de los párrocos. Lo destacan los periódicos como gran noticia, o como mediana noticia, que tampoco hay que pasarse. Es difícil decir si es bueno o malo este apoyo. Y en estos casos conviene ser muy prudente. En teoría, el mayor conocimiento de quienes muestran su solidaridad con la parroquia sancionada por la autoridad eclesiástica, siempre es bueno porque logra una mayor difusión de la noticia.

El problema es que, al final, se corre el peligro de desvirtuar el verdadero sentido de la lucha de la iglesia de Entrevías. Existe el riesgo de que todo termine en un acto floklórico que entorpezca más que ayude. La parroquia y los sacerdotes que en ella viven llevan años realizando su trabajo silenciosa y eficazmente. Nadie o muy pocos, que yo sepa, ha ido hasta ahora a echar una mano, a montar un festival o a hacer un donativo que, dada la precariedad en la que viven, no hubiera venido nada mal.

Me preocupa que, en definitiva, todo acabe en un festival -naturalmente televisado- donde los artistas progres van a ser protagonistas por un día para luego volver a sus quehaceres y dejar el problema tal y como estaba. En el olvido.

Creo que son los feligreses los que han de ser los verdaderos protagonistas porque ellos lo han sido siempre desde el anonimato y el silencio.

Aún así, no estoy seguro. Y he de confesar que no sé si es bueno que la gente de la farándula, los artistas, hagan oir su voz a favor de Entrevías. A lo mejor No lo sé. Pero me preocupa y tengo dudas.

domingo, 8 de abril de 2007

Telebasura

En estos días he visto los programas de Tele 5 y Antena 3, creo que son los de Dolce Vita y Dónde estás corazón. Son buenos ejemplos de cómo se puede llegar al mayor de los dislates, a la ofensa impune, a la falta de moral más absoluta. En uno de ellos, cuatro o cinco señores y señoras, investidos por el sumo saber, impartían clases de moral a un joven, hijo de una tonadillera, al que habían pillado entrando en un club de alterne.

Fue tremendo. Expresaban con frases y gestos todo un género de reproches y muecas para criticar al joven cogido in fraganti. Incluso, el que había tomado, aparentemente, las imágenes se preguntaba, en el colmo del cinismo, si es que no había nadie que dijera al muchacho lo horrible de su conducta. Y todos se escandalizaban del dinero que se había gastado la noche de su pecado. Era una labor de acoso y derribo, sin piedad alguna. Ninguno se preguntó, ni siquiera por un instante, sobre el derecho a la intimidad del joven. Urbi et orbe se le despellejó, con santurrona palabrería e hipócritas palabras de asombro, ante los millones de espectadores que, en aquel momento, veíamos la televisión.

En la otra cadena una pobre mujer era salvajamente descuartizada en un interrogatorio propio de la Inquisición sobre sus relaciones familiares. De ser cierto lo que el periodista decía en mal tono y peor forma, lo único que hubiera demostrado hubiera sido la necesidad de que la buena mujer visitara urgentemente al siquiatra.

El público jaleaba al periodista y abucheaba a la mujer, como los antiguos romanos debían hacer en el circo Máximo. Supongo que los picos de audiencia se pondrían por las nubes.

No sé si la mujer, sometida a tal escarnio, sabía a lo que se exponía, a cambio de un suculento fajo de billetes. Pero estoy seguro de que nadie se merece un trato semejante.

Este tipo de programas ha sobrepasado cualquier límite. Los llamados peridistas -alguno con la pretensión de ser irónico-, haciendo gala de una crueldad inhumana, buscan en el pasado, recuerdan viejas declaraciones, bucean en el lodazal con tal de hacer el programa del siglo. No les importa la intimidad, el respeto que se merece hasta el más miserable, con tal de lograr sus fines.

La televisión necesita carnaza. Ninguno de ellos comparecerá ante el juez acusados de violar media docena de artículos de cualquier legislación. Y presumen de periodistas, de investigadores, de buscadores de la verdad. Pero no buscan la verdad, buscan el escándalo, sin darse cuenta de que en su vida hay aspectos que no resistirían ser expuesto en público, con la impudicia que ellos utilizan con otros.

Lo peor es que se sienten héroes. Se creen adorados. Y se llenan la cartera con toda la miseria de cuatro desgraciados que buscan su minuto de gloria.

viernes, 6 de abril de 2007

Cambio Climático

Llueve en el campo. Cae el agua mansamente sobre las viejas calles, sobre los tejados medio derruidos. Al fondo se ve el monte, medio borroso. Hay un silencio casi absoluto, roto sólo por el repiquetear de las gotas.

Son momentos de paz. Es como si el mundo y el tiempo se hubieran detenido. Hace unos momentos acaban de dar a conocer el informe de la ONU sobre el cambio climático. Es un informe desolador. Dicen que dentro de unos años -veinte, cien- mil millones de personas sufrirán -¿sufriremos?- las consecuencias. Y dicen que serán los más pobres los que más sufrirán la locura de los países desarrollados. Siempre son los pobres.Los ricos podremos seguir jugando en campos de golf, regados con el agua cada vez más escasa. Esto, dirá alguien, es demagogia.

Dicen, también, que los países que más contribuyen al cambio climático, China y Estados Unidos, junto con los demás países industrializados, estuvieron toda la noche presionando a los expertos para que rebajajaran el tono dramático del informe.

En la tele, el presidente del grupo de expertos se quejaba de que tuvo que estar toda la noche negociando y que, por eso, no había podido cambiarse de traje y llevaba el mismo del día anterior.

Es verdad que lo dijo con cierto humor, pero no deja de ser preocupante ese sentimiento especial de considerar que no es correcto salir con el mismo traje dos días seguidos. Digo yo que ese afán de limpieza dice poco ante una situación como la que, a continuación nos describió.

Lo peor de todo es que mañana seguiremos todos contaminando, utilizando el coche particular para ir a comprar tabaco... y el informe será guardado, archivado, con otros semejantes. Dentro de un año la situación será peor y saldrá un presidente del grupo de expertos preocupado porque, ante la prensa, lleva el mismo traje.

Mientras tanto, llueve sobre el campo y en el pueblo no se oye ni un ruido. Todo está en paz.

jueves, 5 de abril de 2007

ONGs

Dos ONGs están siendo investigadas, aparentemente por mala utilización de los fondos que reciben. En alguna ocasión he donado algo de dinero a alguna ONG, siempre con desconfianza, lo confieso. No he creído demasiado en lo de apadrinar a un niño, ni en que mi donación sirviera de mucho.

Probablemente lo haya hecho para acallar mi mala conciencia. Como mucha gente. Estoy seguro de que hay ONGs de honradez acrisolada, pero en ocasiones me ha asaltado la duda de si no estarían sirviendo sobre todo para dar un trabajillo a los que están en ellas.

Las ONGs corren el riesgo de convertirse en eso: en organizaciones que tranquilicen esa mala conciencia por el despilfarro con que vivimos en los países ricos.

El caso es que estas dos ONGs investigadas ponen en peligro la credibilidad de las demás. Son dos organizaciones que no son las únicas que han pasado situaciones parecidas. Otras, ligadas a partidos políticos, han recibido fondos públicos que han servido, sobre todo, para hacer propaganda, mala propaganda, política.La denuncia de estos hechos, que yo recuerde, no ha cambiado las cosas.

No sé cuánto dinero público va a las ONGs, ni cuánto de este dinero llega a sus destinatarios, pero me asalta una pregunta: ¿No sería mejor que todo ese dinero formara parte de las Ayudas a países necesitados y tuvieran un estricto control por parte de la Administración?

Ya sé que alguien dirá que ya existen controles, pero, a la vista está, que no deben ser los correctos.

En cualquier caso, la verdad es que si hay un crimen execrable es robar el pan del hambriento.

miércoles, 4 de abril de 2007

Un poema de Margarit

Leo a Joan Margarit, poeta catalán. Magnífico poeta. Es un poema dedicado a una hija suya: Joana, que murió de una enfermedad congénita. Ella dio nombre a uno de sus libros. De él es este poema estremecedor y bellísimo:

PROFESOR BONAVENTURA BASSEGODA
Le recuerdo alto y grueso,
procaz, sentimental. Usted, entonces,
era una autoridad en Cimientos Profundos.
Inició siempre nuestra clase así:
Señores, buenos días.
Hoy hace tantos años, tantos meses
y tantos días que murió mi hija.
Y solía secarse alguna lágrima.
Teníamos veinte años, más o menos,
y el hombre corpulento que usted era
llorando en plena clase
nunca nos hizo sonreír.
¿Cuánto hace ya que usted no cuenta el tiempo?
He pensado en nosotros y en usted,
hoy que soy una amarga sombra suya
porque mi hija, ahora hace dos meses,
tres días y seis horas
que tiene sus profundos cimientos en la muerte.

Bonaventura Bassegoda fue profesor de la asignatura Cimientos Profundos cuando Margarit estudiaba arquitectura. Tuvo también una hija que se le murió.

Me ha impresionado siempre este poema, por su sencillez, por su belleza y por ese suave dolor, ese recuerdo melancólico que atraviesa los versos. Hoy, que muchos nacionalistas andan perdidos buscando las diferencias, tiene especial significación el sentimiento y la dulzura de un dolor que iguala a todos los hombres, el dolor y la realidad de la muerte. Margarit, que empezó escribiendo en castellano, pasó, después, a escribir en catalán, para traducirse a sí mismo en versiones maravillosas.

Tal vez sea la poesía lo que demuestre lo absurdo de buscar en algo tan hermoso como la lengua algo que separe a los hombres, un hecho diferencial e irreconciliable.

martes, 3 de abril de 2007

La parroquia de Entrevías

La Iglesia ha demostrado una vez más su escasa capacidad para la caridad. El Obispado de Madrid (se supone que siguiendo la doctrina del Papa) ha decidido cerrar la Iglesia de Entrevías. una parroquia donde algunos sacerdotes practicaban las enseñanzas del Nazareno: atención a los más pobres, a los perseguidos, a los desfavorecidos.

La excusa ha sido que no se realizaba la liturgia de acuerdo con los cánones: decían misa vestidos de calle y en la comunión, en vez de hostias (hostias de pan sin levadura, se entiende) daban pan normal. Grave pecado. No sé si algún creyente puede pensar que el Cristo auténtico se vestía de los ropajes de Carnaval cuando celebró su última cena.

Que yo recuerde en ningún evangelio se dice que Jesucristo se vistió de máscara, ni se ordena que así lo hagan sus sucesores. Pero eso para la Iglesia de hoy, para el conservador retrógrado obispo madrileño Rouco, es una falta grave. Tanto, que ha decidido cerrar una iglesia que había recuperado las esencias más auténticas del cristianismo: estar al lado de los pobres.

La eucaristía sólo tiene un sentido: recordar aquella cena de hermandad que, según los evangelios, se celebró hace más de 2.000 años. Nada más. Pero la Iglesia es amante de la liturgia. Es, para ella, lo único importante.

He leído en algún sitio que uno de los teólogos de la liberación, creo que Ernesto Cardenal, le ha dicho al Papa que él, tal vez, haya cometido un error poniéndose al lado de los pobres, pero "la Iglesia lleva siglos cometiendo el error de ponerse al lado de los ricos".

No me siento católico, con lo que poco me puede preocupar que la autoridad eclesiástica califique de grave dar o no hostias homologadas. Pero me preocupa como ciudadano y ser humano que impida a los tres sacerdotes de Entrevías que sigan haciendo la labor que vienen haciendo: atención a los drogadictos, consuelo a los desesperados, ayuda a quien lo necesita, sea o no católico. Y todo sin preguntas.

Dice el Obispado que no hay que preocuparse, que la labor que venían haciendo estas tres personas la hará ahora Cáritas. Al margen de la labor encomiable de Cáritas, poner en sus manos la Iglesia de Entrevias, servirá para introducir la burocracia, la ineficacia y la desconfianza de la gente. ¿Va a ser mejor la asistencia a través de Cáritas que el trabajo que se ha venido realizando desde hace largos años en esta parroquia?

Se repite lahistoria. Cuando en la dictadura algunas parroquias cedían sus locales para que obreros y estudiantes celebraran sus asambles y reuniones prohibidas por el franquismo, la Iglesia española no supo ni quiso estar a la altura de las circunstancias y las autoridades eclesiásticas miraban para otro lado ante los curas encarcelados, los obreros asesinados, la falta de libertades.

La Iglesia, siempre, cometiendo ¿el error? de ponerse al lado de los poderosos.

Rouco debería preguntarse si Cristo hubiera considerado falta grave no vestirse de falda larga para sentarse a cenar con sus discípulos. Digo yo.

lunes, 2 de abril de 2007

Palomeras Bajas

Viví años en Vallecas, en Palomeras Bajas, primero. Luego, en Sierra Carbonera, en Nueva Numancia. Allí nacieron mis hijos y allí he pasado los mejores momentos de mi vida. No viví, sin embargo, los años del nacimiento del barrio. Cuando yo vivía allí, la situación empezaba a cambiar gracias a la lucha de los propios vecinos.

Es difícil hacerse una idea de lo que era aquello. El señor Alfonso, un cordobés de Pozo Blanco, emigrado al barrio, me contaba los orígenes de Palomeras. Me contaba cómo hacían las chabolas por la noche y cómo tenían que tenerlas terminadas a la mañana siguiente para que la policía no las tirara. Algunas sí las tiraban.

Un vecino suyo se fue a trabajar (trabajaba de noche) y cuando volvió al día siguiente no encontró su casa. Habían levantado otras nuevas y se perdió entre el barro y los desmontes.

En Palomeras había mucho barro. Yo recuerdo que, de jóvenes, nos poníamos bolsas de plástico en los zapatos para no mancharnos y poder ir a los bailes del centro. Yo era de pocos bailes, pero me gustaba ir con mis amigos, en panda. Íbamos al cine, a tomar unas cañas. Fueron años maravillosos.

Conocí gente entregada, gente que había vivido el comunismo como si fuera una religión. Eran santos laicos, con años de cárcel a la espalda y que, todavía, seguían reuniéndose, repartiendo panfletos. Algún día contaré estas historias. Merece la pena que no se olviden. Como la historia de aquel comunista, viejo borrachín, al que detenían los días previos al Primero de Mayo. Le daban unas palizas tremendas. Cuando le soltaban, llegaba el hombre baldado. Llamaba a su perro, al que había puesto de nombre Franco y le gritaba: “Cabrón, Franco, ven aquí, que te voy a moler a palos. Franco, hijo puta”. El pobre perro no aparecía hasta que se le pasaba la rabia al amo. Y aquel hombre desahogaba en aquellos insultos todo su dolor y toda su frustración.

domingo, 1 de abril de 2007

Bolivia

Desde hoy los bolivianos necesitan visado para entrar en España. Ha sido desolador ver en televisión las colas y los llantos de la gente que no ha podido salir de Bolivia. Es verdad que, tal vez, ellos tengan la idea de que nuestro país es un paraíso. Y probablemente lo sea para quienes vienen del dolor y del sufrimiento. Los problemas de unos, no lo son para los otros.
Somos un mundo de fronteras. Y la Unión Europea no quiere más emigrantes que los que necesita para realizar los trabajos que los europeos no queremos hacer. Un amigo que había estado en Brasil me dijo que no entendía cómo un día no bajaban de las favelas todos los hambrientos y arrasaban las mansiones de los ricos de las grandes ciudades.
Sé que es un tópico, pero cada vez hay gente más pobre y los ricos son más ricos y son menos. Es cuestión de tiempo que un día descubran que, si son más, tienen más fuerza y pueden cambiar las cosas.
Utopía. Lo sé. Pero uno confía en un mundo sin fronteras, donde el hombre pueda moverse libremente. Ojalá el sueño de que la única patria es la Humanidad se haga realidad. Mientras tanto, los bolivianos tendrán que hacer cola ante la embajada española para pedir un visado que no les darán. Los españoles podremos ir de vacaciones a su país y disfrutar de un mundo hecho a nuestra medida. Mañana seguirán entrando cayucos, seguirá entrando la desesperación de los sin papeles. A un hombre le arrebatan hasta el hecho de ser hombre porque no tiene un papel que diga que lo es. Hasta los animales tienen su cartilla de identificación. Triste un mundo que da a un perro lo que niega a los seres humanos.
Hoy es un día triste para todos. ¿Es un día feliz para la Unión Europea?

Viejos recuerdos

Me acuerdo a menudo de mi padre. Y de su muerte. Pero, a medida que me voy yo también haciendo mayor, mis recuerdos me llevan a escenas de mi infancia. Mi padre iba a trabajar lejos del pueblo, en bicicleta. Y volvía por la tarde. Mi madre le había preparado en una tartera de aluminio la merienda, la comida que él consumiría en un descando del trabajo. Casi siempre se trataba de algo de tortilla, o de magro con tomate, unos pimientos, sardinas en aceite...
Y todas las tardes mis hermanos y yo íbamos hasta el camino a esperar a mi padre que volvía cansado y pedaleando con esfuerzo. Tengo clavada la escena de mis hermanos y yo -debíamos ser muy pequeños- esperándole en el camino.
Se paraba un momento. Le preguntábamos: "¿Te ha sobrado algo?". Y él nos alargaba la tartera de aluminio envuelta en una servilleta a cuadros. Mis hermanos y yo lo abríamos con alborozo. y allí encontrábamos un trocito de tortilla, algo de magro, un pimiento. A mi padre siempre le sobraba algo que devorábamos nosotros con verdadera alegría. No era por hambre. No recuerdo haber pasado ahambre alguna vez. Era la satisfacción de comer aquello que él había guardado para nosotros.Tengo todavía en la boca ese gusto de la tortilla, el aceite del pimiento, el ácido del tomate.
Años después comprendí que a mi padre no le sobraba nada. Que él, cada día, guardaba unos trocitos de su merienda sabiendo que, en el pueblo, nosotros esperábamos encontrar algo en aquella tartera. Nunca nos falló.
No sé si yo he hecho algo por mis hijos. Posiblemente nunca lo sepamos, aunque creamos que el haberles dado estudios, el haberles buscado una casa cómoda, el llevarles al cine o comprarles un disco, un libro, unas chucherias o el mejor juguete, nos ha convertido en buenos padres.
Pero sí sé que mi padre, que nunca me llevó al cine, me hacía cada día, cada tarde, el mejor de los regalos.